Carlos Barberena: grafista impresorPor Luis Fernando Quirós | Revista Experimenta, Madrid, España Expresa Carlos Barberena que él proviene de una familia de pintores en su natal Nicaragua, creció en un ambiente de estímulos hacia la creatividad, pero también de desesperanza vividos durante el conflicto armado que vivió su país. Al dar sus primeros pasos en el terreno del arte, intentó llevar una exposición a los demás países centroamericanos, con la idea de generar una reflexión sobre esas repercusiones bélicas, pero le fue difícil adaptarse a la pintura, por lo que lo sedujo las posibilidades de que le ofrecía el grabado. En la actualidad vive y trabaja en la ciudad de Chicago, Illinois, fue ahí donde conceptualizó y elaboró la propuesta que exhibe en la Galería Nacional de San José, Costa Rica, titulada Master Prints, en tanto se apropia y reinterpreta piezas emblemáticas de la gráfica universal. Nos dimos cita en el Centro Nacional de la Cultura (CENAC), San José, al pié de los enormes tanques de agua de la antigua Fabrica Nacional de Licores (FANAL), sede del Museo de Arte y Diseño Contemporáneo (MADC), después de haber visitado “Master Prints”, muestra que me impactó por la nitidez de ejecución y cuidada técnica de impresión, además, por supuesto, del lenguaje abordado, en parte apropiado de los maestros y del arsenal de vicisitudes propias que aluden a la vida contemporánea, y a las memorias de su infancia y juventud vividas en el istmo centroamericano. Fue en ese espacio de evocación y provocación por saber más de su trabajo -paralelo al de la muestra allá en la Galería- , además del contacto personal con él, donde logré adentrar en esa visión suya de calidad comunicativa y crítica impregnada a la placa de madera y al linóleo bases para el grabado. Le pregunté sobre esas emociones que él carga en el instante de grabar el soporte y de ahí la pericia que sólo conquista el trabajo y la investigación constante sobre lo que se sabe hacer. Barberena plantea que el contenido versa –como se dijo-, sobre la idea de apropiarse y reinterpretar, y dejar fluir dicha carga emotiva al empuñar la gubia para que fluya en el trazo. La técnica, señala, siempre es una lucha y conlleva un desafío: en tanto grabar trata con una materia dura, la madera, y al tallar se busca impregnar no solo fuerza, sino también un amplio espectro de matices visuales del claro oscuro y el alto contraste entre el blanco y negro. En el período de su formación –agrega-, aunque se declara autodidacta, sintió la influencia del Expresionismo alemán, y encontró aquello que buscaba precisamente en la riqueza expresiva de la tinta negra, del tema fuerte, el trazo tosco y el contraste sombrío, por ello declara como una de sus referentes a Kathe kollwitz. Indagando en él cuál es la idea central al reinterpretar los grabados de grandes maestros de la historia del arte, agrega que grabó esas apropiaciones de artistas que fueron activadores en el desarrollo de su carrera, pero inserta íconos contemporáneos para transmitir un mensaje de la vivencia urbana, la inserción en la cultura actual de los productos tecnológicos, tiempos cuando además nos comportamos como terribles depredadores del ambiente, provocadores de contaminación sónica, visual, atmosférica, además de productores de transgénicos y otras contradicciones. En el lenguaje de sus grabados -lo que nos dice y cómo lo dice- aborda signos del mercantilismos: marcas reconocidas y símbolos de éxito comercial que influyen profundamente en la vida contemporánea. Hoy se habla de la “macdonalización” de la cultura, el uso de la tecnología incrementa una aparente necesidad del producto como símbolo de estatura social. Aclara que la basura visual irrumpe en el paisaje urbano, donde ya casi no existen árboles, menos bosques; en cambio presenciamos un paisaje de rótulos, histeria y conmoción infundida por las tensiones del mercado y la publicidad por vender más y más. “A nosotros –agrega el grafista-, en tiempos de infancia, nos tocaba hacer fila para comprar alimentos, hoy se hace para adquirir el “combo”, o el “iPhone” y otros símbolos que subvierten la manera de ser más apegadas a nuestra capacidad adquisitiva, pero, y ahí se vierte la paradoja de estos tiempos, en tanto criticamos las actitudes de esta sociedad consumista, la crítica se nos devuelve y también caemos dentro de esos espejismos.” Las interrogantes en el encuentro con este joven grabador instigan, se exacerba el deseo de decir, aclarar, ampliar, acotar. ¿Cómo estimula esa sagaz mirada del consumidor actual que somos todos, ya no solo en los países antes llamados centrales, hoy se vuelve real la idea de globalidad de que tanto se habla y se teoriza sobre los signos de la dominación, neocolonización y otras tensiones hegemónicas. Barberena lo elabora con un lenguaje juguetón, pero a la vez crítico. Dice que él aprendió el lenguaje visitando museos, ahí fue cuando se enganchó con el trabajo del grabador mexicano José Guadalupe Posada, conducido por la sátira al hacer critica social a la burguesía, al clero, a la clase política e incluso a las capas poblacionales de menor poder adquisitivo, pues a todos por igual nos va a tocar la muerte. Él responde que esas visiones y pensamientos alimentaron lo que buscaba decir, intentó elaborar el anzuelo, la interrogante, cuestionarnos hoy por qué usar un determinado ícono, elevar la conciencia del público a través de la reflexión y del juego. Eso es lo que vivimos en la actualidad con nuestra afición por los videos y los “reality shows”. Dentro de esta perspectiva trazada por Carlos Barberena como grafista, quisiera ampliar la interrogante que abre la espira del tiempo y preguntarle dónde termina el rol del artista -quien motiva una reflexión y cuestionamiento sobre las vivencias actuales-, y dónde empieza el crítico -quien argumenta sus disensos acerca el consumismo, el poder de la visibilidad sobre los medios comunicativos generadores de conciencia en la colectividad. Expresa que él se considera un comentarista social que reinterpreta desde la estética de la forma, para poner crítica y autocrítica desde su propia vivencia, pues por desgracia también cae dentro de ese rol del consumismo. Sus grabados son realizados con una impresionante técnica e impresión, revelan una profunda observación sobre la obra de los maestros pero agrega el detonante, lo que subvierte el contenido y clave la espinita en la conciencia, traspuesto a la visión clásica del arte de otros tiempos, lo vuelve a veces risorio, lúdico, pero arma que se empuña contra nuestra propia humanidad y existencia. Hace alusión a productos que nos marcan como región, como “Chiquita Banana”, la botella de “Coca Cola” que en vez de referir a la etiqueta “Diet” habla de “Diabetic”, o el símbolo del maíz y la “Monsanto”, productores trasnacionales de transgénicos. Es notable “La McMona (after DaVinci) Linóleo”, pieza subvertida por el signo de la muerte y portadora de la marca de esa cadena de comida rápida. La idea de la muestra es que el público reflexione de lo que vivimos hoy en día, en la cultura y en la situación de crisis planetaria, fustiga la actitud actual de tener: yo tengo lo último en tecnología, lo último en moda, lo último en diversión, pero no nos percatamos del precio que nos toca pagar, y por otra parte devoramos los bosques, contaminamos los recursos naturales. Carlos Barberena nació en 1972 en tiempos de la dictadura somocista en Nicaragua, llegó al país a los trece años, terminó acá el colegio y emprendió el camino de su perenne autoaprendizaje que lo llevó a Estados Unidos donde vive con su esposa, sus aprendientes y demás colegas del taller de impresión.
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